2 Timoteo 4.6-18
El pasaje de hoy recoge un momento doloroso en la vida del apóstol
Pablo. Mientras estaba preso en una celda, sabía que su muerte era
inminente. Había dedicado los últimos años a ganar almas para Cristo,
pero ahora estaba solo, sin apoyo, durante su juicio y su tiempo en la
cárcel. La soledad debió haberle parecido abrumadora.
Pablo se sentía abandonado, pero no culpó a nadie ni sentía lástima
de sí. Por el contrario, enfrentó el sufrimiento con valentía. ¿Qué lo
motivaba a mantenerse fortalecido?
Para el apóstol, la conciencia de la presencia de Cristo le daba
consuelo y lo motivaba a perseverar. Tener una copia de las Sagradas
Escrituras en su celda era, sin duda, de aliento para él (2 Ti 4.13).
Y Pablo no solo sabía que Dios estaba allí con él; recordaba también
otros tiempos cuando el Señor lo había ayudado. Por ejemplo, años
antes, había tenido una visión en la que el Señor le decía que no
tuviera miedo durante una tormenta en el mar. Y aunque la nave encalló,
todos los hombres sobrevivieron (Hch 27.22-24).
Quienes conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador personal,
disponemos sin demora de fortaleza por su íntima presencia. Nuestro
Padre celestial promete que nunca abandonará a sus hijos, incluso
cuando todo el mundo se haya marchado.
¿Le han dejado solo sus circunstancias? Recuerde las veces cuando
Dios fue evidente para usted —cuando reveló claramente su mano en su
vida. Y, también, lea su Palabra para que la verdad de su presencia
pueda confortarle y animarle. Como creyente, usted nunca está
realmente solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario