viernes, 31 de julio de 2015

La Amargura

        La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales
 
 
En el griego del Nuevo Testamento, “amargura” proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.

La amargura no tiene lugar automáticamente cuando alguien me ofende, sino que es una reacción no bíblica (es decir pecaminosa) a la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona. La amargura es una manera de responder que a la larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el cinismo.

La amargura es resultado de sentimientos muy profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan difícil de desarraigar es triple: En primer lugar, el ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: “El/ella debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima".

El cristiano se siente culpable cuando comete un pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este pecado de amargura es muy fácil justificar.

En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar la amargura de nuestra vida. Por lo contrario, los amigos más íntimos afirman: “Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho", lo cual nos convence aun más de que estamos actuando correctamente.

Finalmente, si alguien cobra suficiente valor como para decirnos: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y debes arrepentirte", da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerde, que el ofendido piensa que es víctima). Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer que nunca se ha podido recuperar de un gran mal cometido por su padre. Ella lleva más de 30 años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando compasivamente (Gálatas 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás (Filipenses 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que se quejó a otras personas, diciendo que como consejero carecía de “simpatía” y compasión.
 
La palabra “recuperar” no es la más adecuada porque da la impresión de que con el tiempo la amargura se soluciona por sí sola. Dejar pasar el tiempo jamás puede solucionar el problema del pecado. Sólo la sangre de Cristo limpia de pecado (1ª Juan 1:7).
 
Mirón, Jaime: La Amargura, El Pecado Más Contagioso. Miami, Florida, EE. UU. de A. : Editorial Unilit, 1994, S. 6

jueves, 30 de julio de 2015

Sembrar Con Lágrimas

Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas. Salmo 126:5–6

El conocido autor A. W. Tozer observa, en uno de sus libros: «La Biblia fue escrita con lágrimas y es al que derrama lágrimas que revelará sus mejores tesoros». De esta manera, Tozer identificaba un importante principio acerca del mundo de las cosas espirituales, y es que las lágrimas siempre han sido parte de la experiencia de aquellos que han conocido las más profundas intimidades de Dios. Probablemente la mayoría de nosotros no entendemos muy bien porqué esto es así y, quizás, ni siquiera haga falta entenderlo. Nos basta con aceptar que este es un componente ineludible de la vida espiritual.
Si recorremos las páginas de la Palabra, rápidamente veremos que un sin fin de héroes de la fe eran también personas acostumbradas al quebranto. Job lloró amargamente delante de Jehová por la angustia de su aflicción (Job 16:20). José no pudo contener las lágrimas cuando volvió a encontrarse con sus hermanos (Génesis 43:30). Ana, la madre de Samuel, lloraba desconsolada por su esterilidad (1 Samuel 1:7). Cuando David se encontró con la ciudad destrozada por los amalecitas, lloró hasta que no le quedaron fuerzas (1 Salmos 30.4). En los salmos el mismo David confiesa que las lágrimas frecuentemente fueron su pan de día y de noche (Salmos 42:3). Elías huyó al desierto, tan angustiado que deseó la muerte (2 Reyes 17) El rey Ezequías lloró con gran angustia cuando le anunciaron su muerte, y fue oído por sus lágrimas (Isaías 38:5) A Jeremías frecuentemente se lo ha identificado como el profeta de las lágrimas (Jeremías 13:17). Jesús lloró en varias ocasiones. La Palabra testifica que también fue oído por sus lágrimas (Hebreos 5:7). Pablo sirvió al Señor con humildad y con muchas lágrimas y pruebas (Hechos 20:19).
Sin entender bien el proceso, sabemos que ocurre algo en nuestro corazón cuando lloramos. Con el llanto existe la posibilidad de que se ablande, y debemos reconocer que el obstáculo a una vida de mayor comunión con Dios es la dureza de nuestros corazones. Con la suma de frustraciones y fracasos finalmente claudican nuestros esfuerzos por encaminar nuestra vida, y admitimos delante de Dios nuestra condición frágil e inestable. Es el comienzo de algo nuevo. Seguramente por esto Jesús podía proclamar: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mateo 5:4).
Las lágrimas, sin embargo, no siempre son producto de la frustración. También pueden indicar un corazón trabajado por Dios, sensible a las cosas del Espíritu. Esta clase de persona es la que se quiebra por las mismas cosas que quebrantan el corazón de Dios. Observe las lágrimas de Cristo por Jerusalén (Lucas 19:41), o las de Juan en Apocalipsis (5:4). Ellos percibían una realidad espiritual de tal magnitud que los llevó a llorar delante de Dios.
Sea cual sea la razón de las lágrimas, para aquellos que andan en el Señor, son la puerta hacia cosas más profundas y espirituales.
«Mantener la mano en el arado, mientras nos secamos las lágrimas, este es nuestro llamado». Watchman Nee.
 

miércoles, 29 de julio de 2015

Puedes Amar Así?


Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. (Lucas 7:40–47)

Simón invita a Jesús a su casa pero lo trata como a un pariente que molesta. No tiene gestos amables hacia él. No lo recibe con un beso. No le lava los pies. No hay aceite para ungirle la cabeza.

O, traduciéndolo a nuestra época, nadie le abrió la puerta, le colgó el abrigo, ni le estrechó la mano. Hasta Drácula hubiera tenido mejores modales.

Simón no hace nada para que Jesús se sienta bienvenido. En cambio, la mujer hizo todo lo que no hizo Simón. No sabemos su nombre. Sólo su reputación: una pecadora. Lo más probable es que fuera una prostituta. No la habían invitado a la fiesta. Tiene mala fama en la comunidad. (Imagínate que una prostituta con un traje corto y ajustado se presenta en la fiesta de Navidad del pastor. La gente se vuelve a mirarla. Algunos se sonrojan. ¡Vaya sorpresita!)

Pero el «qué dirán» no la hizo desistir de ir a la fiesta. No vino por la gente. Es por Él. Cada uno de los movimientos de la mujer es medido y significativo. Todos sus gestos son extravagantes. Apoya las mejillas en los pies de Jesús, todavía polvorientos del camino. Ella no tiene agua, pero sí lágrimas. No tiene toalla, pero tiene su cabello. Usa ambas cosas para lavarle los pies a Cristo. Abre un frasco de perfume, quizás su única posesión valiosa, y lo derrama sobre la piel de Jesús. El aroma es tan ineludible como la ironía.

Quizás pensaríamos que Simón sería el que mostraría tal amor. ¿Acaso no es él reverendo de la iglesia, el estudioso de las Escrituras? Pero Simón es seco y distante. Pensaríamos que la mujer trataría de evitar a Jesús. ¿Acaso no es la mujer de la noche, la mujerzuela del pueblo? Pero no puede resistirse a Él. El «amor» de Simón es medido y tacaño. En cambio, el amor de ella es extravagante y arriesgado.

¿Cómo se puede explicar la diferencia entre los dos? ¿Práctica? Educación? ¿Dinero? No, pues Simón la aventaja en las tres.

Pero hay un área en la que la mujer le hace «comerse el polvo». ¿Cuál crees que es? ¿Qué ha descubierto ella y que Simón ignora? ¿Qué tesoro ella aprecia y que Simón pasa por alto? Sencillo: el amor de Dios. No sabemos cuándo lo recibió. No se nos dice cuándo oyó hablar de él. ¿Será que por casualidad oyó a Jesús cuando dijo: «Vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6.36 )? ¿Andaría por ahí cerca cuando Jesús se compadeció de la viuda de Naín? ¿Le habrá contado alguien que Jesús tocaba a los leprosos y convertía en discípulos a cobradores de impuestos? Lo ignoramos. Pero hay una cosa que sí sabemos: llegó sedienta. Sedienta por su culpabilidad. Sedienta por su arrepentimiento. Sedienta por incontables noches haciendo el amor sin encontrarlo. Vino con sed.

Y cuando Jesús le pasa la copa de la gracia, se la bebe. No le da una probadita o un sorbo. No moja un dedo y se lo chupa ni bebe la copa a sorbitos. Se acerca el líquido a los labios. Bebe y traga como el peregrino sediento que es. Bebe hasta que la misericordia le baja por la garganta. Y el cuello. Y el pecho. Bebe hasta que se le humedece cada pulgada del alma. Hasta que se le suaviza. Viene sedienta. Y bebe. Bebe hasta terminar la copa.

Simón, en cambio, ni siquiera sabe que tiene sed. La gente como Simón no necesita la gracia; sino que la analiza. No necesita misericordia; la debate y la prorratea. No es que Simón no pudiera recibir perdón; sencillamente nunca lo pidió.

Así que, mientras ella bebe de la copa, él se infla. Mientras ella tiene un montón de amor que dar, él no puede ofrecer ninguno. ¿Por qué? El principio 7:47. Lee otra vez el versículo 47 del capítulo 7 de Lucas: «mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama». Igual que el enorme avión, el principio 7:47 tiene alas muy amplias. Igual que el avión, esta verdad te puede elevar a otro nivel. Léalo una vez más: «mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama». En otras palabras, no podemos dar lo que no hemos recibido. Si nunca hemos recibido amor, ¿cómo podemos amar a otros?

¡Pero vaya que lo intentamos! Cómo si pudiéramos evocar el amor por la fuerza de la voluntad. Cómo si dentro de nosotros hubiera una destilería de afecto que sólo necesitara un trozo de madera o un fuego más caliente. ¿Cuál suele ser nuestra estrategia para tratar con las relaciones problemáticas? Volver a tratar con más fuerza.

«¿Mi cónyuge necesita que lo perdone? No sé cómo, pero voy a hacerlo».

«No importa lo mucho que me cueste, voy a ser amable con ese vagabundo».

«¿Se supone que tengo que amar a mi vecino? Muy bien. ¡Lo voy a hacer!»

Así que lo intentamos. Dientes apretados. Mandíbula firme. ¡Vamos a amar aunque nos cueste la vida! Y puede que eso sea justo lo que sucede.

¿Será que nos estamos saltando un paso?
 
¿Será que el primer paso en el amor no es hacia la gente, sino hacia Él?
 
¿Será que el secreto de amor es recibir?
 
Das amor si lo recibes primero. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19).

¿Deseas amar más? Comienza por aceptar tu lugar como un hijo amado. «Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó» (Efesios 5:1–2 nvi).

¿Quieres aprender a perdonar? Entonces piensa en todas las veces que has recibido perdón. «Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efesios 4:32 niv).

¿Te resulta difícil poner a otros primero? Piensa en la forma en que Cristo te puso a ti primero: «El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Filipenses 2:6).

¿Necesitas más paciencia? Bebe de la paciencia de Dios (2 Pedro 3:9). ¿Te esquiva la generosidad? Entonces considera lo generoso que ha sido Dios contigo (Romanos 5:8). ¿Te cuesta trabajo relacionarte con parientes malagradecidos o con vecinos refunfuñones? Dios se relaciona con nosotros aún cuando actuamos de la misma manera. «Por que él es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lucas 6:35 nvi).

¿Podemos amar así?

No sin la ayuda de Dios.

Lucado, Max: Un Amor Que Puedes Compartir. Nashville : Caribe-Betania Editores, 2002, S. 4

lunes, 27 de julio de 2015

Canta y Conviertete En Un Sabio

       Los cantos hacen mucho en la vida. Celebran acontecimientos felices, como cumpleaños y bodas. Inspiran a los atletas, a los soldados y a la gente común. Resumen el carácter y las aspiraciones de los pueblos. Relatan historias que mantienen vivos a los héroes y a los villanos. Ayudan a la gente a lamentarse, a danzar. Nos ayudan a adorar.

Los cantos apelan a nuestras emociones más que a nuestros pensamientos. Tal vez es por eso que tantas canciones alaban el romance.
 
La música juvenil está obsesionada con la búsqueda y la pérdida del amor así como con la manera de mantenerlo. Baladas que resuenan con el amor perdido. «Viejas pero buenas» canciones que hacen recordar, a la gente de edad madura, las maravillas del amor juvenil. Cantos que brotan del corazón tanto como lo afectan.

Esto no quiere decir que sean necesariamente irracionales. Hay muchos cantos que cantan de la vida en una manera que abre los ojos del corazón y de la mente, y desafían al cantante.

Tales cantos contienen sabiduría popular. Muestran la vida en frases e historias emocionalmente poderosas. Los israelitas del Antiguo Testamento entonaban cantos de sabiduría también, pero inspirados por Dios mismo, cantos de sabiduría divinaEstos traen una sapiencia espiritual que conduce a Dios. Fue David quien observó: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios» (Sal 14.1). Los salmos de sabiduría exclaman abiertamente: «No hay vida ni manera de vivir efectivamente sin Dios».
 
 
 
 

 

miércoles, 22 de julio de 2015

No Dejes Que Te Pisoteen


Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo.
Hebreos 12:6

a sabes de qué se trata el amor agape. Es un amor–regalo. Es el amor que Dios tiene por nosotros y que quiere que sintamos por otras personas. Es sacrificado, quizá tengamos que renunciar a algo. Pero no esperamos nada en retribución de aquellos a quienes amamos.
 
         El amor agape no nos convierte en alguien de quien los demás puedan abusar. Fíjate en estas características tremendas del amor agape.
 
El amor incluye disciplina. Considera a Dios. Es un Padre amante, pero su amor no significa que va a crear chicos malcriados. “Disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo” (Hebreos 12:6). El amor  ayuda a desarrollarse sanamente.
 
El amor puede ser exigente. Jesús —el amor de Dios en forma humana— descargó su ira sobre sus opositores (ver Marcos 3:5). Con sus palabras, atacó a los hipócritas que dicen una cosa y hacen otra (ver Mateo 23). Corrió del templo a los mercaderes codiciosos (ver Juan 2). El amor puede significar llamar la atención al mal, o alejarse de una amistad cuando tu amigo sigue perjudicándote.
 
El amor puede fracasar. Quizá recuerdes haber escuchado  la frase que se encuentra en 1 Corintios 13:8: “El amor nunca deja de ser”. Pero la manera correcta de traducir esto es: “El amor durará para siempre”. La triste realidad es ésta: Aunque el amor de Dios es perfecto, los humanos no demuestran perfectamente ese amor.
 
Dios quiere que demostremos su amor, su cuidado y lo mejor que tiene reservado para los demás. Pero hacer lo que es lo mejor para los demás no significa que dejemos que se aprovechen de nosotros. Lo más cariñoso que podemos hacer es ser un ejemplo más apropiado y, de ser necesario, señalarles mejores actitudes y acciones. Eso es verdadero amor.
 
¿Pensaste alguna vez que amor agape significaba que tenías que dejar que los demás te pisoteen?

Señor, ayúdanos a amar sabiamente. Muéstranos cómo es el amor agape auténtico.

 
 
 

domingo, 19 de julio de 2015

Cómo Perdonar A Quienes No Lo Merecen

Efesios 4.30-32

30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

Si digo a personas que han sido maltratadas que la sanidad completa requiere perdonar al agresor, muchas no estarán de acuerdo, y dirán: “Es que usted no sabe todo el dolor que he sufrido”. Tienen razón. Pero un espíritu rencoroso, al igual que el cáncer, penetra cada parte de nuestra vida. El resentimiento es un síntoma que no puede ser ignorado. Destruye relaciones y lleva a tomar malas decisiones.

Dejar de perdonar puede hacernos sentir que estamos castigando al agresor. Pero las personas no pueden vengarse de otras sin destruirse a sí mismas. Por eso, el Señor nos llama a seguir su ejemplo de ser misericordiosos con todos (Ef 4.32). Puesto que Dios nos ha perdonado, no debemos negar el perdón a los demás. Cuando alguien nos hiere, podemos sentir que esa persona no merece el perdón, pero nosotros tampoco somos merecedores del sacrificio de Jesucristo en la cruz.

La crucifixión era lenta y angustiosa, pero el peor tormento que sufrió el Señor Jesús fue recibir el pecado del mundo sobre sí y ser abandonado por el Padre (Mt 27.46). Aun así, mientras sus vestiduras eran rifadas, Jesús dio el mejor ejemplo de perdón al decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23.34). Es posible que yo no conozca el dolor que usted siente, pero le aseguro que Jesús sí lo conoce. Por su benignidad y amor infinitos, Él le ayudará a vencer el dolor, la ira y el resentimiento.

El perdón es una decisión —un acto de servicio al Señor  y un paso necesario para nuestra sanidad. No importa lo terrible que hayan sido las acciones cometidas contra nosotros, Dios exige que mostremos misericordia para nuestro bien y para su gloria.

 

viernes, 17 de julio de 2015

Desarrollando La Fe Por Medio De La Adversidad

2 Corintios 11.23-30

No parece justo, ¿verdad? Pablo pasó la segunda mitad de su vida sirviendo a Cristo, pero experimentó sufrimiento constante. ¿Por qué permitió Dios que uno de sus siervos más fieles sufriera tanto? A veces, pensamos que el Señor debe proteger de adversidades a sus fieles seguidores, pero no siempre lo hace.

Tal vez nuestro razonamiento está al revés. Pensamos que los cristianos fieles no merecen sufrir, pero desde la perspectiva de Dios, el sufrimiento es lo que produce cristianos fieles. Si todos tuviéramos vidas fáciles sin oposición, pruebas o dolor, jamás conoceríamos a Dios realmente, pues nunca tendríamos necesidad de Él. Nos guste o no, la adversidad nos enseña más acerca del Señor que la simple lectura de la Biblia.

No estoy diciendo que no necesitemos conocer las Sagradas Escrituras; ellas son la base para la fe. Pero si lo que creemos nunca es puesto a prueba por la adversidad, lo que tenemos es un conocimiento intelectual. ¿Cómo sabremos que podemos confiar en Dios en medio de las dificultades, si nunca hemos sido probados por la adversidad? El Señor nos da oportunidades para poner en práctica las verdades de la Biblia en las dificultades que enfrentamos, y al hacerlo descubrimos que Él es fiel. Por ejemplo, ¿Cómo habría conocido Pablo la fortaleza en Cristo, si nunca hubiera sido debilitado por el dolor, la persecución y la adversidad?

Dependiendo de la manera en que responda usted, las pruebas pueden ser el mejor medio para desarrollar su fe, o una vía para el desánimo y la autocompasión. Si cree lo que dice la Biblia y aplica sus preceptos a su situación, su confianza en Dios crecerá, y su fe se verá fortalecida por medio de la adversidad.

miércoles, 15 de julio de 2015

El origen de nuestra adversidad

Isaías 45.5-10

Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste,
para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo,
que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto. 
Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo he creado.
!!Ay del que pleitea con su Hacedor! !!el tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: ¿No tiene manos?
10 !!Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendraste? y a la mujer: ¿Por qué diste a luz?!


Cuando pasamos por tiempos de adversidades,  algunas veces nos preguntamos por qué un Dios bueno y todopoderoso permite situaciones dolorosas. Y para encontrar la respuesta, necesitamos considerar las posibles fuentes de nuestra adversidad:

Un mundo caído. Cuando el pecado se introdujo en el mundo, el sufrimiento vino con él. Dios pudo habernos protegido de sus efectos dañinos convirtiéndonos en títeres incapaces de elegir el pecado, pero eso significaría también que seríamos incapaces de elegir amarlo. Porque el amor, por su misma naturaleza, es voluntario.

Nuestras decisiones. A veces, nos metemos en problemas al tomar decisiones insensatas o pecaminosas. Si el Señor interviniera y nos salvara de cada consecuencia negativa, nunca nos convertiríamos en creyentes maduros.

Los ataques de Satanás. El diablo es nuestro enemigo, y por tanto entorpece cualquier cosa que el Señor quiera hacer en los creyentes y por medio de ellos. Su propósito es destruir nuestra vida y nuestro testimonio, debilitándonos y haciéndonos inútiles para los propósitos de Dios.

La soberanía de Dios. Finalmente, el Señor tiene el control de todas las adversidades que se nos presenten. Negar su actividad contradice su poder y su soberanía sobre la creación.

Para poder aceptar que Dios permite —o incluso envía— las aflicciones, debemos ver la adversidad desde la perspectiva de Él. ¿Tiene usted puesta su mirada en el dolor o en el Señor y su fidelidad? Como creyentes, tenemos la seguridad de que Dios no permitirá que nos vengan adversidades, a menos que sean para nuestro beneficio y con el buen propósito que Él tiene.

martes, 14 de julio de 2015

Jesús, Nuestra Roca

Malaquías 3.6

Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.

Las personas dicen, a veces:  “Lo único constante es el cambio”. Felizmente, esto no es verdad. Hay Uno que jamás cambia: Jesucristo seguirá siendo el mismo siempre. ¡Qué verdad tan esperanzadora! Pero es difícil encontrar refugio en alguien que no conocemos bien. Por tanto, veamos las acciones de Jesús para saber más de su naturaleza.


Perdonó a otros.

Mostró misericordia, no condenación, a quienes se arrepintieron. Por ejemplo, tuvo compasión de la mujer sorprendida en adulterio, e impidió que la apedrearan. En vez de condenarla, le dijo que sus pecados habían sido perdonados (Jn 8.1-11).


Consoló a los afligidos.

Visitó a Marta y a María cuando lloraban la muerte de su hermano, Lázaro (Jn 11.1-45).


Suplió necesidades.

Después de pasar tres días sanando toda clase de dolencias, se preocupó por una multitud de personas que no había comido. Él pudo haber enviado a las 4.000 personas a buscar su propia comida, pero prefirió proveerles  de lo que necesitaban para saciar su hambre (Mr 8.1-9).


Intercedió por Sus discípulos.

Pocas horas antes de ser crucificado, le pidió al Padre que protegiera y santificara a sus seguidores, entre ellos a usted y a mí (Jn 17.15-17, 19, 20).


Fortaleció a los creyentes y les dio poder para hacer la obra de Dios.

En Hechos 1.8, el Señor envió a sus discípulos a anunciar el evangelio, asegurándoles: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”.

El Señor Jesús sigue perdonando, consolando, proveyendo, intercediendo e impartiendo poder.

miércoles, 8 de julio de 2015

Salvos por gracia

Efesios 2.4-10

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,
aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Muchas personas creen que acumular buenas obras les ganará la aprobación divina. Pero la muerte es el único pago por el pecado que puede satisfacer a la justicia divina (Ro 6.23). Puesto que todos pecamos, merecemos vivir eternamente sin Dios.

La gracia —la expresión del amor y de la misericordia de Dios a quienes no merecían nada— fue la solución para nuestra terrible condición. Dios envió a su Hijo Jesucristo a morir en nuestro lugar. Según Romanos 10.9, lo único que necesitamos hacer es creer. La muerte de Jesús satisfizo la justicia de Dios, y nos trajo:

Una vida nueva. Nuestro espíritu es vivificado en Cristo en el momento que reconocemos que somos pecadores, dejamos nuestra rebeldía y creemos que su muerte pagó totalmente nuestra deuda por el pecado.

Libertad. En  el momento de la salvación, el poder del pecado sobre nosotros es destruido, y somos libres de la esclavitud que nos dominaba. Jesús nos sacó del lodazal de la desobediencia y nos dio fe para creer. Ahora podemos ejercer nuestra nueva libertad y seguirle.

Seguridad. Cuando aceptamos el veredicto de Dios de que somos pecadores por naturaleza y aceptamos el sacrificio de nuestro Salvador como pago por nuestros pecados, somos adoptados en la familia del Padre celestial. Nuestro estatus cambia al instante: antes éramos objetos de ira, ahora somos hijos de Dios. Algún día estaremos sentados en el reino celestial con Cristo para disfrutar de la vida eterna con Él.

Dios puso a su Hijo en nuestro lugar para que recibiera el castigo que merecíamos. ¿Cómo demostrará usted su gratitud a Dios por su gracia salvadora?

martes, 7 de julio de 2015

La necesidad de salvación

Efesios 2.1-3

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Los seguidores de Cristo entienden la importancia de ser salvos, pero el mundo no ve ninguna necesidad de redención.

Quienes no tienen una relación personal con Dios por medio de su Hijo Jesucristo están:

Muertos espiritualmente. Muchas personas no entienden que hay tres clases de muerte: física, eterna y espiritual. La muerte eterna se producirá en el fin del mundo cuando todos los que rechazaron a Cristo como Salvador sean separados de Dios para siempre (Mt. 25.41). La muerte espiritual se produjo en el huerto del Edén. La desobediencia cortó la relación estrecha que tenían Adán y Eva con Dios, e hizo que sus descendientes estuviéramos separados espiritualmente de Él (Ro 5.12). Todos nacemos como personas “muertas” que necesitan una vida nueva.

Viviendo una vida de pecado. Nuestra naturaleza es rebelarnos contra Dios, y eso se llama pecado. Una y otra vez elegimos lo que nos agrada, en vez de a Él. Nuestros esfuerzos por ser libres del poder del pecado son vanos (Jn 8.34). Como esclavos del pecado, necesitamos que alguien nos libere.

Bajo la ira divina. Por nuestra desobediencia, estamos bajo la condenación de Dios, aguardando el castigo. Todos los esfuerzos por ganar su aprobación y escapar de nuestra sentencia son insuficientes. Por eso, nuestra única esperanza de escapar es que alguien más reciba nuestro castigo.

La buena noticia es que el Señor ha provisto una manera para que todos pasemos de muerte espiritual a vida; de esclavitud de pecado a libertad; y de condenación a intimidad con Él. Jesucristo es el único camino, y Él suple todas nuestras necesidades (Jn 14.6).

domingo, 5 de julio de 2015

Dios Habla Por Experiencias O Circunstancias

Efesios 5:17.

 Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor.

Dios comunica Su plan a través de las circunstancias. Un ejemplo excelente de esto se encuentra en el Antiguo Testamento. Es la vida de José registrada en Génesis 37-50.

Génesis 45:5-8.

 Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese el haberme vendido acá, porque para preservación de vida me ha enviado Dios delante de vosotros. Ya han transcurrido dos años de hambre en medio de la tierra, y todavía quedan cinco años en que no habrá ni siembra ni siega. Pero Dios me ha enviado delante de vosotros para preservaros posteridad en la tierra, y para daros vida mediante una gran liberación.

Así que no me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que me ha puesto como protector del faraón, como señor de toda su casa y como gobernador de toda la tierra de Egipto” 

Los hermanos de José lo vendieron como esclavo al Egipto, pero él vio esto como la dirección de Dios.

 Algunas veces puede Dios hablar por medio de incidentes muy concretos, a veces esto sucede en oración en la casa; a veces sucede cuando respondemos a un llamado en el altar, frecuentemente se producirá cuando las personas son salvas, puede que sea un momento en que una tremenda claridad llega como resultado de algún incidente, cuando Dios habla mediante una experiencia concreta seremos capaces de señalar ese momento en el tiempo como una marca para cambio en nuestras vidas.

 A través de circunstancias sobre las cuales José no tenía ningún control personal, él fue usado por Dios para salvar las vidas de miles de personas por un tiempo de hambre severa.

 Muchas veces surgen circunstancias extrañas en nuestra vida, sin embargo necesitamos observar con atención esas circunstancias para poder oír claramente la voz de Dios.

 En ocasiones nos sobrevienen pruebas y circunstancias que no queremos aceptar, pero que sin darnos cuenta, son los medios que Dios está utilizando para que escuchemos su voz, y a la vez para llamar nuestra atención hacia Él. 

 Muchos le dicen a Dios: “¿Por qué me está pasando a mí?”. Pero nunca le preguntan a Dios lo que quieren que les enseñe a través de la prueba.

 En ocasiones Dios habla más fuerte a través de las pruebas y los problemas, que a través de los truenos. Pues la prueba hace que no dependamos más de nosotros mismos, sino de Dios. Dios envía en ocasiones situaciones desesperantes a nuestra vida, porque sabe que es de la única manera que le escucharemos.

 Las ocupaciones, la ansiedad, las disculpas, la mediocridad, la tibieza, y todo lo que nos aparte de Dios son dejados a un lado para escucharle hablar solo cuando Dios nos tiene en apuros: 

       Muchos escuchan mejor a Dios en la cama de un hospital, que en la cama de su hogar.

       Otros lo escuchan mejor cuando están enfermos que cuando gozan de salud.

       Otros lo escuchan mejor y se atreven a hablarle cuando se quedan sin empleo que cuando lo tienen, pues cuando lo tienen ni le hablan. Es más, le ignoran por completo.

       Otros atienden más a la voz de Dios cuando pasa a una calamidad, pues cuando nada pasa ni se dignan a hablarle, ni mucho menos a escucharle.

 No esperemos que algo malo acontezca para buscar a Dios y atender a su llamado, es mejor adorarle y darle gracias porque Él ha sido fiel y nos ha protegido y bendecido. Recuerde que Dios nos habla por medio de su Palabra, por medio de su Santo Espíritu; y cuando alguien está demasiado endurecido por el pecado, Dios en ocasiones recurre hablar por medio de un zapatazo a través de las pruebas y las circunstancias adversas.

 

sábado, 4 de julio de 2015

HUÉSPED INVISIBLE EN NUESTRO HOGAR



Dios es nuestro amparo y fortaleza,   Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto,  no temeremos,  aunque la tierra sea removida,  Y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas,   Y tiemblen los montes a causa de su braveza.  Selah
Salmo 46:1-3

Señor, tu has sido nuestro refugio de generación en generación. Salmo 90:1.

Puedes saber que tienes graves problemas cuando tu mamá o tu papá te llaman usando tu nombre completo, el de pila y tu apellido. Pero, ¿has tenido alguna de estas experiencias?

• Pusieron el plato de comida del gato sobre la mesa, y tu plato en el suelo.

• Tus padres le alquilan tu habitación a un estudiante de Mongolia, y todavía faltan muchos años hasta que puedas formar tu propio hogar.

• Tu mamá no le pone sábanas a tu cama.

• Te dan espinacas  de postre, mientras que todos los demás reciben postre de chocolate.

• Tu mamá consigue trabajo como comediante, y todos sus chistes son a expensa tuya.

• Tu papá está en el patio de atrás pintando tu nombre en la casa del perro.

Todos tenemos la necesidad de pertenecer, de ser parte de un núcleo humano. Y a pesar de que a veces nos resulta difícil llevarnos bien en casa, la intención del Señor es que nuestras necesidades sean satisfechas en nuestra familia. Su plan es que por más cruel que sea el mundo, siempre podamos llegar a casa, sacarnos los zapatos, y decir: “Aquí, yo puedo ser yo”.

Es de lamentar que muchos no pueden hacer esto cuando van a su casa. Y tarde o temprano, en algún momento, todos nos sentimos desconectados de la familia, y no sólo porque nos metimos en dificultades. 

Los hermanos y las hermanas pueden hacer que uno u otro se sienta rechazado. A veces aun los padres se sienten malqueridos y que no son apreciados. Cuando no nos estamos llevando bien con la familia, nuestro hogar puede ser un lugar donde nos sentimos solos, o peor.

Quizá te sorprenda saber que Jesús sabía lo que era sentirse rechazado en su propia casa. Sus hermanos y hermanas distaban de estar entusiasmados por su ministerio (Juan 7:5). Además, careció de un hogar mientras viajaba por todo Israel los últimos tres años de su vida terrenal (Mateo 8:20).

Entonces, ¿cómo pudo Jesús sentirse aceptado?

Jesús se apoyaba en el hecho de que pertenecía a su Padre. Cuando vivió sobre la tierra, Jesús no podía ver al Padre más de lo que lo puedes ver tú. Pero sabía que su Padre estaba con él, y saberlo le daba una paz y seguridad que le daban fuerzas para seguir adelante. Sabía la verdad del Salmo 90:1: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.

Dios, quien está con nosotros dondequiera que estemos, nos brinda un hogar precisamente donde estamos. Es la clase de lugar que quiere que formemos los unos para los otros, haciendo que el hogar en que vivimos sea un lugar seguro, tranquilo y armonioso.

¿De qué manera podemos hacer de nuestro hogar un lugar cálido donde cada uno se siente aceptado y bienvenido?

 Señor, ayúdanos a crear un hogar donde cada uno podamos sentirnos aceptados y bienvenidos. Y gracias porque siempre nos podemos sentir en casa contigo.

 Escoge a un integrante de tu familia y realiza hoy algo para hacer que tu hogar sea un lugar donde él se sienta aceptado.

viernes, 3 de julio de 2015

El poder de la paciencia

Hebreos 6.9-15

Imagine que usted está esperando en una fila que no se ha movido por diez minutos. Muchos de nosotros nos sentiríamos frustrados, pues vivimos en una generación que espera resultados inmediatos.

Todo el mundo lucha con cierto grado de impaciencia. Nacimos con esta característica; pensemos en el bebé que quiere su leche a medianoche. Su reacción innata es llorar al primer indicio de incomodidad hasta que tenga satisfecha su necesidad. Los hábitos de nuestra vieja naturaleza carnal, como la impaciencia, hacen que esto sea una batalla continua para la mayoría de las personas, pero que bien vale la pena enfrentar.

Veamos la definición bíblica de paciencia. La palabra puede referirse tanto a ser tardo para la ira, como ser perseverante ­—es decir, a no rendirse bajo la presión. La paciencia se revela cuando estamos dispuestos a esperar sin sentirnos frustrados, aunque estemos sufriendo o experimentando un deseo poderoso. Además, paciencia significa aceptar lo que el Señor decida dar o no, y estar dispuesto a recibirlo en el tiempo de Él. Mientras tanto, debemos orar, obedecer y perseverar mientras buscamos la dirección de Dios.

El peligro de la impaciencia es que podemos perder el plan perfecto del Señor y su bendición. Pero si confiamos en la voluntad y en el tiempo de Dios, conoceremos la paz interior.

¿Cuál es la causa de su estrés? Examine bien si está tomando las cosas en sus manos, o si está dejando las circunstancias al Dios todopoderoso. Obedezca lo que dice el Salmo 37.7: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él”. Busque su voluntad y su tiempo. Cualquier otra cosa puede ser destructiva.