1 Pedro 3.13-16
¿Quién podrá hacerles mal, si ustedes se empeñan siempre en hacer el bien? Pero aun si por actuar con rectitud han de sufrir, ¡dichosos ustedes! No tengan miedo a nadie, ni se asusten, sino honren a Cristo como Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. Pórtense de tal modo que tengan tranquila su conciencia, para que los que hablan mal de su buena conducta como creyentes en Cristo, se avergüencen de sus propias palabras.
(Biblia Dios Habla Hoy L 1996*)
Ayer hablamos sobre la divinidad de Jesús, y de quienes la reconocieron mientras estuvo en la Tierra. Aunque hablar de nuestra fe con los demás es importante, hacerlo no siempre es fácil. Algunas personas afirman que lo que creen no es importante. De hecho, algunos hasta niegan la existencia de Dios. Pero nuestras convicciones son importantes, pues son la base de nuestro carácter, conducta y decisiones.
Por ejemplo, una persona que llega a la conclusión de que ni Dios ni la eternidad existen, vivirá para el momento. En cambio, alguien que tiene fe en el Señor y cree en su promesa del cielo, tendrá un estilo de vida y un propósito totalmente diferentes.
Tener claro lo que creemos es esencial —ante todo, porque nuestra salvación depende de ello. En Juan 8.24, Jesús hizo una profunda declaración en cuanto a este tema: “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”. La Biblia es clara en cuanto a que todos hemos pecado, y que por naturaleza estamos separados de Dios (Ro 3.23). El castigo por el pecado es la muerte, que es la separación eterna de Dios. Pero el Padre, por su amor y su misericordia, envió a su Hijo para morir en nuestro lugar. Como resultado, toda persona que cree en Jesús es perdonada y recibe el regalo de la salvación.
Los creyentes estamos llamados a compartir las buenas nuevas de salvación, pero la hostilidad del mundo puede atemorizarnos. El pasaje de hoy nos anima a no tener miedo. Hablar a otros de Jesús no exige palabras altisonantes o citas bíblicas largas. Simplemente, esté listo con una respuesta si alguien le pregunta acerca de la esperanza que hay en usted (cp. 1 P 3.15).
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