Sin
embargo, incluso en las iglesias, no es difícil encontrar personas que rebosan
de hostilidad. ¿De dónde viene esto? Una de las razones clave para que los
creyentes sean tan propensos al odio es su incapacidad de perdonar a quienes
los han herido —especialmente cuando ese trato fue inmerecido.
Tomemos
un “examen de odio”. Piense en alguien que le hirió en el pasado, y considere
si . . .
1.
NO
PUEDE LIBRARSE DEL RECUERDO DE ALGUIEN. ¿Vuelve
a repetirse la escena en su mente una y otra ez?
2.
NO
PUEDE DESEARLE BIEN A ALGUIEN EN PARTICULAR. ¿Desea
realmente lo mejor para una persona que le ha herido?
3.
DESEA
QUE ESA PERSONA SUFRA LO MISMO QUE USTED. ¿Desea
secretamente que esa persona experimente el mismo dolor que usted?
Si
estas preguntas han revelado alguna animosidad oculta en su corazón, no
concluya este estudio hasta que medite en Efesios 4.31, 32. Lea el pasaje en
voz alta. Personalícelo en una oración, y deje que el Espíritu Santo de Dios
limpie su corazón de odio, dándole el poder para perdonar una vieja herida.
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