martes, 26 de mayo de 2015

Fuerzas Para Las Pruebas


2 Corintios 1:8-11. Reina-Valera 1960

Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida.

Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos;

10 el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte;

11 cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos.

“En cada vida debe caer un poco de lluvia”. Así dice un antiguo dicho familiar sobre la inevitabilidad de las adversidades. Pero ¿y si la lluvia se convierte en un torrencial aguacero —un problema en la vida que requiere una fortaleza más allá de lo humanamente posible? El apóstol Pablo se refiere a esta situación en su carta a los Corintios. Escribió sobre una aflicción que abrumaba tanto su corazón y su cuerpo que no esperaba sobrevivir.

La perspectiva de Pablo en cuanto a su problema sigue vigente hoy: “Para que no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios, que . . .  seguirá librándonos” (2 Co 1.9, 10 NVI). La fortaleza que necesitamos durante las pruebas es posible por medio de Jesucristo, cuyo poder sobrenatural fluye por la mente, el cuerpo y el espíritu de todo creyente.

Cuando alguien recibe al Señor Jesús como su Salvador, su Espíritu viene a vivir dentro del nuevo creyente (Jn 14.17). Como resultado de esta “morada interior”, el poder que Cristo demostró estando en la Tierra abunda en quienes invocan ahora su ayuda. Pero, para tener acceso a su poder sobrenatural, tenemos que confiar en su promesa de darnos lo que nos haga falta cuando lo necesitemos (Fil 4.19). Mientras tratemos de arreglárnoslas utilizando nuestras habilidades, impediremos que su Espíritu libere la ayuda divina.

El poder de Jesucristo se libera en nuestra vida cuando reconocemos nuestra impotencia. El efecto es inmediato. Tan pronto como nos rendimos al Señor, su poder comienza a trabajar en nuestro interior para que podamos soportar las dificultades, conservando al mismo tiempo nuestro gozo y nuestra paz.

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