Un domingo de septiembre, por la noche, mientras la mayoría de la gente dormía, se desencadenó un pequeño fuego en la panadería de Thomas Farriner, en Pudding Lane. Al instante, las llamas se extendieron de una casa a otra, y Londres se vio envuelta en el Gran Incendio de 1666. Más de 70.000 personas quedaron sin casa por fuego que arrasó el 80% de la ciudad. ¡Tanta destrucción por un incendio tan pequeño!
La Biblia nos advierte sobre otro fuego pequeño, pero destructivo. A Santiago le interesaban las personas y la relación entre ellas, no los edificios; por eso, escribió: «la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!» (Santiago 3:5).
Pero nuestras palabras también pueden ser edificantes. Proverbios 16:24 nos recuerda: «Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos». Y el apóstol Pablo dice: «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno» (Colosenses 4:6). Como la sal sazona la comida, la gracia hace lo mismo con nuestras palabras para edificar a los demás.
Con la ayuda del Espíritu Santo, nuestras palabras pueden apagar incendios en vez de provocarlos.
Señor, ayúdame a transmitir esperanza y ánimo con mis palabras.
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