Tú me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no me
has dejado tropezar. Por eso andaré siempre delante del Señor en esta
tierra de los vivientes. Salmo 116:8-9
Hoy aquí, mañana ya no.
Esta es una expresión con la que muchos de nosotros concordamos. Es
otra forma de decir que ‘nada en la vida dura para siempre’.
Ciertamente, los habitantes de Bosnia-Herzegovina saben a qué me
refiero. Es que las inundaciones que sufrieron habían desalojado a miles
de personas de sus hogares, destruido las cosechas, desplazado puentes y
minas.
Sí, escuchó bien, minas. Y no estoy hablando de las minas de donde se
extrae carbón o metales o piedras preciosas. No. Estoy hablando de las
minas de guerra, esas que, si uno pisa estallan, matándolo
instantáneamente.
Al finalizar la guerra en 1995, se estimó que había más de 1
millón de minas enterradas por todo el país. Desde entonces, las
autoridades han estado tratando de localizarlas y destruirlas, tarea muy
difícil, especialmente cuando algunas de las 250.000 que todavía no han
sido encontradas, continúan desapareciendo.
Boro Kosarc, líder de una las compañías de Bosnia que se encarga de
esta tarea, dijo: “Una vez nos pidieron que limpiáramos un área cerca
del río Sava, en el norte. Cuando llegamos allí, no encontrábamos 6.000 metros cuadrados (1.5 hectáreas). Una de las riberas del río había desaparecido, junto con las minas”.
Esas minas me recuerdan las tentaciones de Satanás.
Nosotros nos esforzamos para deshacernos de las tentaciones del diablo,
porque como cristianos sabemos que son peligrosas, y hacemos todo lo
posible por quitar esas ‘minas’ de nuestras vidas. Pero,
lamentablemente, cuando comenzamos a sentirnos seguros de nosotros
mismos, el diablo las mueve y las hace aparecer en otro lugar.
Es por ello que es importante recordar las palabras del Salmista: “Tú
me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no me has dejado
tropezar. Por eso andaré siempre delante del Señor en esta tierra de
los vivientes”.
El Salmista sabe que la victoria final sobre el pecado, la muerte, y el
diablo, es nuestra en Jesucristo. A través del sacrificio de su vida,
muerte, y gloriosa resurrección, Jesús liberó nuestras almas, enjugó
nuestras lágrimas, y nos mantuvo vivos. Vivos en este mundo y en el
venidero.
ORACIÓN: Señor Jesús, el mundo es un campo minado de
peligros. Te doy gracias porque tú me proteges de ellos, y porque estás
conmigo siempre, guiándome en mis caminos. En tu nombre. Amén.
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