Y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. (1 Pedro 5:5)
La vida cristiana se fortalece al pasar tiempo con Dios, meditando en Su Palabra y orando. Este versículo nos da una enseñanza vital que impacta tanto nuestra relación con Dios como con nuestros hermanos en la fe.
La instrucción es clara: debemos ser sumisos unos a otros y revestirnos de humildad. Esta humildad no es debilidad, sino una actitud que nos libera de estar centrados en nosotros mismos. Al practicar la humildad, somos llamados a considerar a los demás como más importantes que a nosotros mismos.
La humildad es crucial porque afecta directamente cómo Dios interactúa con nosotros. El pasaje nos recuerda que Dios resiste a los soberbios, es decir, Él se opone a aquellos cuyo corazón está lleno de orgullo o vanagloria. Sin embargo, a los humildes, Él da gracia. Debemos humillarnos delante de Dios con una actitud sumisa, permitiéndole que nos enseñe y transforme nuestras prioridades. Cuando vivimos en esta sumisión mutua y humildad sincera, estamos abiertos a que la gracia transformadora de Dios trabaje en nuestras vidas y nos haga crecer en piedad.
Aplicación
- Prioriza el bien de los demás: En tus interacciones diarias, especialmente dentro de tu comunidad espiritual, esfuérzate por considerar a los demás como superiores a ti mismo, buscando sus intereses en lugar de centrarte solo en los tuyos.
- Evalúa tu motivación en el servicio: Antes de realizar una buena obra o un acto de servicio, reflexiona si lo haces para agradar a Dios y recibir Su recompensa, o si buscas la aprobación y el homenaje de los hombres.
Reflexiona
- ¿Qué áreas de mis "relaciones horizontales" dentro de la comunidad de fe revelan una falta de sumisión o la presencia de orgullo?
- ¿Estoy dispuesto a humillarme delante de Dios con una actitud sumisa, permitiendo que Él me enseñe y cambie mis prioridades a las Suyas, o resisto Su guía?
La Oración De Hoy
Amado Dios, te reconozco como mi Creador y Señor, majestuoso sobre todo el universo. Vengo ante Ti en asombro reverente, sabiendo que Tu gracia es suficiente para mi vida diaria. Te pido perdón por los momentos en que mi soberbia me ha hecho buscar mi propia grandeza o me ha llevado a resistir Tu voluntad. Ayúdame a revestirme de humildad, tal como mandas. Capacítame, por medio de Tu gracia, para ser sumiso a mis hermanos y a considerarlos superiores a mí, liberándome de la vanagloria. Que hoy pueda vivir mi vida de una manera que honre Tu carácter, confiando en lo que prometes y obedeciendo lo que mandas. Amén.

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