Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. (Lucas 7:40–47)
Simón invita a Jesús a su casa pero lo trata como a un pariente que molesta. No tiene gestos amables hacia él. No lo recibe con un beso. No le lava los pies. No hay aceite para ungirle la cabeza.
O, traduciéndolo a nuestra época, nadie le abrió la puerta, le colgó el abrigo, ni le estrechó la mano. Hasta Drácula hubiera tenido mejores modales.
Simón no hace nada para que Jesús se sienta bienvenido. En cambio, la mujer hizo todo lo que no hizo Simón. No sabemos su nombre. Sólo su reputación: una pecadora. Lo más probable es que fuera una prostituta. No la habían invitado a la fiesta. Tiene mala fama en la comunidad. (Imagínate que una prostituta con un traje corto y ajustado se presenta en la fiesta de Navidad del pastor. La gente se vuelve a mirarla. Algunos se sonrojan. ¡Vaya sorpresita!)
Pero el «qué dirán» no la hizo desistir de ir a la fiesta. No vino por la gente. Es por Él. Cada uno de los movimientos de la mujer es medido y significativo. Todos sus gestos son extravagantes. Apoya las mejillas en los pies de Jesús, todavía polvorientos del camino. Ella no tiene agua, pero sí lágrimas. No tiene toalla, pero tiene su cabello. Usa ambas cosas para lavarle los pies a Cristo. Abre un frasco de perfume, quizás su única posesión valiosa, y lo derrama sobre la piel de Jesús. El aroma es tan ineludible como la ironía.
Quizás pensaríamos que Simón sería el que mostraría tal amor. ¿Acaso no es él reverendo de la iglesia, el estudioso de las Escrituras? Pero Simón es seco y distante. Pensaríamos que la mujer trataría de evitar a Jesús. ¿Acaso no es la mujer de la noche, la mujerzuela del pueblo? Pero no puede resistirse a Él. El «amor» de Simón es medido y tacaño. En cambio, el amor de ella es extravagante y arriesgado.
¿Cómo se puede explicar la diferencia entre los dos? ¿Práctica? Educación? ¿Dinero? No, pues Simón la aventaja en las tres.
Pero hay un área en la que la mujer le hace «comerse el polvo». ¿Cuál crees que es? ¿Qué ha descubierto ella y que Simón ignora? ¿Qué tesoro ella aprecia y que Simón pasa por alto? Sencillo: el amor de Dios. No sabemos cuándo lo recibió. No se nos dice cuándo oyó hablar de él. ¿Será que por casualidad oyó a Jesús cuando dijo: «Vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6.36 )? ¿Andaría por ahí cerca cuando Jesús se compadeció de la viuda de Naín? ¿Le habrá contado alguien que Jesús tocaba a los leprosos y convertía en discípulos a cobradores de impuestos? Lo ignoramos. Pero hay una cosa que sí sabemos: llegó sedienta. Sedienta por su culpabilidad. Sedienta por su arrepentimiento. Sedienta por incontables noches haciendo el amor sin encontrarlo. Vino con sed.
Y cuando Jesús le pasa la copa de la gracia, se la bebe. No le da una probadita o un sorbo. No moja un dedo y se lo chupa ni bebe la copa a sorbitos. Se acerca el líquido a los labios. Bebe y traga como el peregrino sediento que es. Bebe hasta que la misericordia le baja por la garganta. Y el cuello. Y el pecho. Bebe hasta que se le humedece cada pulgada del alma. Hasta que se le suaviza. Viene sedienta. Y bebe. Bebe hasta terminar la copa.
Simón, en cambio, ni siquiera sabe que tiene sed. La gente como Simón no necesita la gracia; sino que la analiza. No necesita misericordia; la debate y la prorratea. No es que Simón no pudiera recibir perdón; sencillamente nunca lo pidió.
Así que, mientras ella bebe de la copa, él se infla. Mientras ella tiene un montón de amor que dar, él no puede ofrecer ninguno. ¿Por qué? El principio 7:47. Lee otra vez el versículo 47 del capítulo 7 de Lucas: «mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama». Igual que el enorme avión, el principio 7:47 tiene alas muy amplias. Igual que el avión, esta verdad te puede elevar a otro nivel. Léalo una vez más: «mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama». En otras palabras, no podemos dar lo que no hemos recibido. Si nunca hemos recibido amor, ¿cómo podemos amar a otros?
¡Pero vaya que lo intentamos! Cómo si pudiéramos evocar el amor por la fuerza de la voluntad. Cómo si dentro de nosotros hubiera una destilería de afecto que sólo necesitara un trozo de madera o un fuego más caliente. ¿Cuál suele ser nuestra estrategia para tratar con las relaciones problemáticas? Volver a tratar con más fuerza.
«¿Mi cónyuge necesita que lo perdone? No sé cómo, pero voy a hacerlo».
«No importa lo mucho que me cueste, voy a ser amable con ese vagabundo».
«¿Se supone que tengo que amar a mi vecino? Muy bien. ¡Lo voy a hacer!»
Así que lo intentamos. Dientes apretados. Mandíbula firme. ¡Vamos a amar aunque nos cueste la vida! Y puede que eso sea justo lo que sucede.
¿Será que nos estamos saltando un paso?
¿Será que el primer paso en el amor no es hacia la gente, sino hacia Él?
¿Será que el secreto de amor es recibir?
Das amor si lo recibes primero. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19).
¿Deseas amar más? Comienza por aceptar tu lugar como un hijo amado. «Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó» (Efesios 5:1–2 nvi).
¿Quieres aprender a perdonar? Entonces piensa en todas las veces que has recibido perdón. «Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efesios 4:32 niv).
¿Te resulta difícil poner a otros primero? Piensa en la forma en que Cristo te puso a ti primero: «El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Filipenses 2:6).
¿Necesitas más paciencia? Bebe de la paciencia de Dios (2 Pedro 3:9). ¿Te esquiva la generosidad? Entonces considera lo generoso que ha sido Dios contigo (Romanos 5:8). ¿Te cuesta trabajo relacionarte con parientes malagradecidos o con vecinos refunfuñones? Dios se relaciona con nosotros aún cuando actuamos de la misma manera. «Por que él es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lucas 6:35 nvi).
¿Podemos amar así?
No sin la ayuda de Dios.
Lucado, Max: Un Amor Que Puedes Compartir. Nashville : Caribe-Betania Editores, 2002, S. 4