Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los
desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del
rey? Nada, sino lo que ya ha sido hecho.
Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como
la luz a las tinieblas.
El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en
tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como
al otro.
Entonces dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio, me
sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme
más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad.
Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para
siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el
sabio como el necio.
Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace
debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de
espíritu.
Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo
del sol, el cual tendré que dejar a otro que vendrá después de mí.
Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará
de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi
sabiduría? Esto también es vanidad.
Volvió, por tanto, a desesperanzarse mi corazón acerca de
todo el trabajo en que me afané, y en que había ocupado debajo del sol mi
sabiduría.
¡Que el hombre trabaje con sabiduría, y con ciencia y con
rectitud, y que haya de dar su hacienda a hombre que nunca trabajó en ello!
También es esto vanidad y mal grande.
Porque ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la
fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol?
Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos
molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.
Pensar aún en la vanidad es vanidad.
Cuando tenemos una perspectiva solamente de la vida terrenal como lo único que viviremos,
llegamos a frustrarnos y vivir decepcionados. El predicador en Eclesiastés,
solo conocía una perspectiva terrenal, no pudo ver más allá. Jesucristo vino
para enseñarnos acerca de la vida eterna que tenemos en él, y nos dio esperanza
para vivir con visión de que hay una vida después de la muerte.
El pensar que todo está en está vida, hará que perdamos
todo sentido de nuestra verdadera existencia, somos espíritu, alma y cuerpo. La
palabra dice que el espíritu va a Dios,
sin embargo el cuerpo muere y vuelve a la tierra.
Pensar y pensar en las cosas de este mundo, sin tener a
Dios como el centro de todas las cosas, nos hace pensar en que nada tiene sentido.
Tal vez este sea el por qué muchos viven sus días amargados, desanimados y sin
propósito. La creencia en la existencia de un mundo mejor fuera de esta
realidad momentánea, nos hace pensar en las palabras de nuestro Señor. “Iré a
prepararles morada”.
Es la fe, la que nos hace tener esperanza, sentido y
propósito. Si se tiene sabiduría, pero no se tiene fe en Dios, veremos el mundo
como un lugar sin sentido, sin oportunidad y nada de lo que hayamos hecho valió
la pena.
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